Memorias de un telegrafista I: CAPITULO II

Tiempos de guerras y revoluciones

A mediados del mes de febrero de 1927 en pleno verano, los rayos del sol hacían brillar como pepitas de oro las arenas de cuarzo de las calles del Ocotal, que lanzaban destellos luminosos en aquella tarde segoviana. Parecía una tarde como cualquier otra, pero había una calma mayor que la habitual en el centro de la ciudad, donde se ubicaban las oficinas del telégrafo. El joven telegrafista principal y administrador de correos del Ocotal Clemente Tercero, a sus escasos 18 años, recién cumplidos se levantó de su banco del telégrafo como a las 4:00 de la tarde y le dijo a Don Toño el guarda líneas, que permanecía serio y un tanto nervioso en un rincón de la oficina:

– Don Toño, nos han cortado las líneas del telégrafo para Managua y para todos lados. Tiene que ir a restablecerlas. Usted sabe cómo está la situación y no podemos permanecer incomunicados.

– Si Clementito, pero justamente por eso es por lo que me da miedo salir. Han visto hombres armados en la zona.

– Lo entiendo Don Toño, pero es nuestro deber mantener las líneas operando. Ud. es guarda líneas del telégrafo y tiene que ir a ver qué pasa y restablecer la comunicación. –

El guarda líneas no regresó, lo encontraron esa tarde muerto debajo de las líneas que intentaba reparar, a la orilla de un poste de telégrafos. Cuando mi padre relataba este episodio, invariablemente hacia una pausa silenciosa antes de continuar con sus recuerdos.

Entre 1919-1926, las Segovias como se llamaba a los departamentos del norte de Nicaragua fronterizos con Honduras, vivieron años de disturbios y violencia por guerras civiles sangrientas tanto en Honduras como en Nicaragua, como expresión de la enconada lucha por el poder entre liberales y conservadores, que tenían como trasfondo, primero la intervención y después la ocupación militar norteamericana tanto en Honduras como en Nicaragua.

El panorama político militar de Centroamérica se complicaba aún más, por la intervención de México con el gobierno de Plutarco Elías Calles, que apoyaba el retorno del liberalismo al poder en contra de las fuerzas conservadoras pro yanquis. México deseaba ampliar su influencia internacional y propugnaba por una Centroamérica antiimperialista y unida bajo la bandera liberal.

Continuas incursiones militares de las llamadas revoluciones, tanto de hondureños como nicaragüenses, mantenían las tierras segovianas en un permanente estado de anarquía y movilización político-militar. Ocotal era la cabecera municipal del departamento de Nueva Segovia y se caracterizaba por ser un fuerte bastión político conservador. En cambio, la pequeña ciudad de Somoto, distante del Ocotal unas ocho leguas, era liberal. Decía mi padre que Somoto era tan liberal que muchos somoteños se iban a Honduras a pelear junto a los liberales hondureños y viceversa. Cuando había serios conflictos en Honduras muchos hondureños se pasaban como emigrados a Nicaragua y se refugiaban en Somoto. Al revés, cuando los conflictos eran en Nicaragua, muchos nicaragüenses emigraban a Honduras y se refugiaban en San Marcos de Colón. Por eso había tanta afinidad entre estas dos ciudades fronterizas.

Muchos liberales habían sufrido a consecuencia del acoso de los conservadores en el poder. Muchos campesinos eran forzados a servir bajo el mando militar conservador. No fueron pocos los reclutas que amarrados de las manos fueron obligados a marchar a pie desde Somoto hasta el Ocotal. Se había hecho famosa la frase de “mandame unos voluntarios, pero me devolvés los mecates”. La rivalidad entre los dos pueblos era más que evidente.

Los ocotalianos criollos ricos, se consideraban descendientes directos de los primeros

conquistadores españoles, y tenían sobradas razones para afirmarlo. Ya en el año 1525 Gabriel de Rojas, había explorado el territorio de los departamentos de norte de Nicaragua en busca de oro. De hecho, la Ciudad Vieja fue la primera ciudad Segovia. Había sido fundada en el primer período de implantación colonial en el año 1543 por Diego de Castañeda en honor al Gobernador español Rodrigo de Contreras natural de Segovia, España, en la confluencia del río Coco y el río Jícaro y había sido abandonada por las continuas invasiones de indios Matagalpas o Xiquaques que resistían ferozmente la invasión española sobre sus tierras y dominios.

La población de la ciudad vieja fue trasladada en 1611 al asiento de lo que hoy se conoce como Ciudad Antigua que fue la segunda ciudad Segovia. Fueron muchas las incursiones de indios y piratas que asolaron la ciudad, atacaban, robaban y hasta secuestraban a las mujeres españolas. En el año 1654 el pirata Morgan atacó la ciudad, asesinando a muchos de sus pobladores y finalmente la incendió destruyéndola casi por completo. En 1689 fue el pirata Dampier quien atacó e intentó incendiar el hermoso templo católico y robar su preciosa platería. Aun el día de hoy se pueden apreciar los vestigios de ese ataque al templo, en el año 1780 se fundó el poblado de Ocotal en su actual asiento, como cabecera municipal del Departamento de Nueva Segovia.

Carmen Mantilla, una inquieta joven intelectual de Ocotal, esposa del que años después fuera mi tío abuelo Daniel Talavera, fue la primera novelista de Nicaragua y escribió una novela romántica sobre los piratas que asolaban nueva Segovia. Mi madre cuando yo era solo un niño me mostró la novela de la tía Carmen Mantilla.

Los conflictos políticos que aquejaban a la joven nación nicaragüense, se remontaban siglos atrás, por las rivalidades que surgían entre los conquistadores españoles por su avaricia sin límites por el control del poder sobre el oro y las enormes riquezas naturales que la provincia de Nicaragua ofrecía de una forma que ellos jamás imaginaron, ni en sus más grandes fantasías, ni soñaron en sus mejores sueños. El que dominara primero estas tierras en nombre de Dios y del Rey de España, el gran Carlos I, aseguraría poder y riqueza para su familia y allegados para siempre.

Los españoles y sus descendientes, de origen andaluz, ocuparían los cargos de gobierno o serían los dueños de grandes propiedades, toda su estirpe, hijos, nietos, bisnietos, tataranietos serían ricos y poderosos, por todos los siglos de los siglos, amen. España y el Rey estaban muy lejos, podrían manejar las leyes de España a su antojo. La provincia de Nicaragua tenía agua en abundancia, planicies con tierras fértiles para la siembra de granos y para el añil que tanto deseaba la nueva industria textil de España.

Había planicies para hacer praderas con inmensos pastizales para el ganado vacuno y para los caballos para la conquista y para las mulas y asnos para las minas de oro, había enormes bosques con maderas finas y duras para construir iglesias y hacer navíos, mano de obra esclava en abundancia, doncellas a placer y sobre todas las cosas, enormes cantidades de oro y plata.

Nicaragua, “la riñonada de todas las indias”, “las joyas de la Corona”, al alcance de la mano. Solo había que ser más audaz, más cruel, más astuto que el otro y quedarse con todo el poder sobre las tierras y el oro de Nicaragua, por donde pasaba, decían, el oro de Moctezuma. Después de todo, para los conquistadores estos indios salvajes no eran humanos, eran poco más que bestias de carga, y ellos los enviados, los elegidos, pertenecían al gran imperio español y solo cumplían con la voluntad de Dios y del Rey para civilizarlos y predicarles el evangelio.

Teniendo buenos contactos en las cortes de Madrid y en la Casa de Contratación de las Indias en Sevilla, mucha audacia y valor para soportar las durezas de la conquista y las intrigas de los propios españoles, con mucha suerte y fe muchos cumplirían sus anhelos de poder y de riqueza. Nicaragua valía la pena. Tal vez habría que enfrentar a algunos curas fanáticos de su fe católica que defendían a los indios y aprovechaban su influencia en las cortes españolas, para poner quejas y promover leyes sobre los derechos de aquellos “idólatras y paganos salvajes”, como les decían algunos. Uno de estos curas fieles al evangelio y el más incómodo de todos para el poder colonial, fue Fray Bartolomé de las Casas, quien antes de ordenarse sacerdote y presbítero siendo muy joven había combatido a los indios en la conquista de Cuba, por lo que fue premiado con una encomienda de indios, como muchos otros españoles que se sumaron a la conquista de América. Bartolomé de las Casas, se hizo fraile y arrepentido, decepcionado y asqueado por la crueldad de los conquistadores con los indios, en 1514 en una prédica pública, renunció a las encomiendas y pasó de ser encomendero a ser nombrado en 1516 Procurador o protector universal de todos los indios de las Indias

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