Memorias de un telegrafista I: CAPITULO VII

El ataque de Sandino al Ocotal

Aquel 16 de Julio de 1927 fue terrible para el Ocotal, y con sus aproximadamente 2,000 habitantes.  Unos 42 Marines norteamericanos y unos 50 guardias nacionales comandados por el Capitán USMC Gilbert D. Hatfield se encontraban atrincherados en sus cuarteles, armados hasta los dientes con ametralladoras y armas automáticas. El capitán Hatfields ya esperaba el ataque de Sandino, ya que habían intercambiado telegramas desafiantes e insultos. Hatfield había enviado un telegrama a Sandino conminándolo a rendirse.

Sandino ya había suscrito el “Manifiesto de San Albino”, donde anunciaba su lucha por la Soberanía Nacional de Nicaragua. Sandino como respuesta a Hatfield, decidió atacar Ocotal.

Por las manos hábiles de mi padre y de sus amigos telegrafistas habían pasado muchos de estos telegramas. Desde que empezó la guerra constitucionalista del 26 la situación se iba poniendo cada vez más peligrosa.

Los liberales sandinistas al mando del coronel Rufo Marín se habían ido infiltrando sigilosamente en la ciudad del Ocotal en el silencio de la noche. Estaban tomando posiciones esperando la orden de combate. No era difícil camuflarse entre la oscuridad de aquellas calles con construcciones de muros gruesos de adobe y entre las cercas formadas por enormes cardones, que parecían gigantes de varios brazos levantados hacia el cielo negro. Solo los aullidos y los ladridos miedosos de los perros en la noche denunciaban que algo muy malo estaba ocurriendo. La muerte rondaba en cada esquina. Rufo Marin tenía sus razones personales para ser el comandante de aquella tropa de liberales rebeldes que se disponía a desafiar al poder norteamericano que ya había echado raíces en Nicaragua y que se disponía a perpetuarse a través de la Guardia Nacional Constabularia hecha a imagen y semejanza de los marines. Su padre había sido asesinado por un esbirro asesino conservador. Había llegado la hora de la venganza.

Sandino había decidido mostrar su fuerza ante los americanos y ante la naciente Guardia Nacional, parida por el mismo vientre norteamericano. Así el mundo sabría que él hablaba en serio y que no estaba jugando ni quería componendas de ningún tipo. Tomada la decisión, solo era cuestión de poner en práctica su plan.

Sandino no tenía gran experiencia militar y reproducía lo que acostumbraban a hacer los generales liberales en las guerras civiles, que era tomarse un cerro y desde allí dirigir las tropas que se lanzaban muchas veces a pecho descubierto sobre las posiciones enemigas. Los hombres de Sandino, unos sesenta hombres armados, y varios cientos de campesinos de las comunidades cercanas al Ocotal que estaban armados solo con machetes se infiltraron sigilosamente en El Ocotal y avanzaron parapetándose en las esquinas y anchos muros de las viejas casonas del casco urbano de la ciudad cerca del parque central. Algunos se colocaron como francotiradores. Otros se dirigieron al aeródromo de los marines, con la orden de dinamitarlo apenas empezara el combate.

Las tropas de Sandino formada por unos 60 soldados veteranos liberales de la úktima guera civil y unos 300 voluntarios campesinos, llamados indios por los marines americanos,  estaban mal equipados, usaban grandes sombreros de paja, pantalones y camisas de dril azul o blanco y caites. La mayoría solo cargaba sus machetes en fundas de cuero y los más experimentados tenían viejos rifles Remington de 1884 con un solo disparo y viejos fusiles Mauser austriacos de 7 y 11 mm.  También disponían de dos o tres ametralladoras Thompson y algo de dinamita que habían sustraído de la mina San Albino.

Los campesinos pobres y hambrientos de los caseríos cercanos a Ocotal, habían sido reclutados por Sandino con base a dos promesas, primero como buen liberal, castigar a los conservadores ocotalianos por traidores y vende patrias culpables de todas sus desgracias y pobrezas, y en segundo lugar ofreciéndoles el botín de lo que pudieran agarrar en el saqueo a los ricos del Ocotal.

Los marines estaban acuartelados en el ayuntamiento, en el costado norte del parque central y los guardias de la Guardia Nacional de Nicaragua también conocida como “la Constabularia” recién creada en ese verano de 1927 al mando de oficiales norteamericanos, estaban en su propio cuartel muy cerca del cuartel de los marines.

La estrategia de los liberales leales a Sandino, tal como se acostumbraba en esa época era sitiar los cuarteles de los marines y de los guardias nacionales y lograr que se rindieran. Sandino como todos los generales de ese tiempo llamados generales de cerro, por la costumbre de permanecer a cierta distancia en un cerro cercano, se quedó en el cerro El Divisadero cerca del casco urbano del Ocotal, a unos 700 metros en dirección Noreste, desde donde tenía una vista privilegiada sobre la ciudad.

Los fuegos se abrieron después de la medianoche, a la una y cuarto de la mañana del 16 de julio de 1927. Rufo Marín después de encabezar un encarnizado combate cayó valientemente a las 3:00 am bajo fuego de ametralladora al intentar un audaz pero peligroso asalto al cuartel de los marines yanquis. Con su revólver Colt en la mano y haciendo disparos llegó hasta el frente del cuartel de los marinos y dejó clavada una bandera rojo y negro que tenía pintada una calavera.

Tal como se estilaba en las guerras entre liberales y conservadores, que fueron especialmente crueles y sanguinarias, muchos de los hombres leales a Sandino se dedicaron al pillaje y al saqueo de las casas de los conservadores más prominentes de la ciudad. Muchas casas de los conservadores fueron dinamitadas e incendiadas. Muchas señoras y señoritas de la clase alta de los conservadores del Ocotal fueron ultrajadas y violadas por las tropas liberales compuestas también de muchos campesinos desarmados que le seguían, que bajaron de los cerros bajo el mando del General Sandino.

Definitivamente las guerras civiles de aquel fatídico tiempo de caos y anarquía, de las peleas entre nicaragüenses liberales y conservadores solo dejaban una estela de muerte y destrucción. Sufrían los campesinos de ambos bandos. Los pequeños ganaderos decían que las tropas liberales, veían verdes a su ganado y se lo robaban, y que las tropas conservadoras veían rojas a sus vacas y se las robaban. La única diferencia entre un campesino liberal y uno conservador era una cinta roja o verde en el sombrero que usaban para diferenciarse en el combate.

Mi padre recordó aquel estribillo muy conocido en toda Nicaragua:

 “Pobrecito Emiliano Chamorro, las carreras que acaba de dar, quitándose la cinta verde y poniéndose la liberal”.

Como vos sabés bien Clemente dijo Rigoberto Quintanilla, bajándose un poco el ala del sombrero Stetson que usaba,  el control político de Ocotal estaba en manos de los Paguaga al que los liberales sandinistas le llevaban ganas, pero a Paguaga los marines lo mataron por error cuando trataba de huir de su casa, saltándose una tapia y lo ametrallaron cuando lo confundieron con un guerrillero sandinista.

Mi padre conocía bien a los Paguaga antigua familia conservadora y al senador Paguaga, que era muy conocido por pasearse dando caminatas por el parque de Ocotal vestido de frac y de chistera. Qué impresión les habrá causado a los campesinos pobres de los alrededores del Ocotal cuando veían pavoneándose al senador Paguaga, mientras ellos y sus familias literalmente morían de hambre por la puta sequía que les había echado a perder todos sus cultivos. Realmente el discurso liberal y revolucionario de Sandino prendía como llama de fuego sobre pasto seco en las mentes de los pobres campesinos, y los sin tierra, que alimentaban su secular resentimiento contra los ricos terratenientes conservadores, culpables de su pobreza. Sandino y los liberales en cambio prometían venganza, tierra, libertad y progreso social.

El sueño progresista de la revolución liberal de Zelaya, truncado por los yanquis se podía hacer realidad bajo el mando de ese hombre visionario llamado Sandino. Solo era asunto de pelear otra vez, eso no les preocupaba, habían peleado toda su vida, no recordaban un solo  periodo de sus vidas en que ellos o sus padres o sus abuelos no estuvieran peleando. Sus ansias de libertad y progreso eran tan grandes que según me contaba mi padre algunos primos de él, se unían al bando de los liberales en las guerras revolucionarias hondureñas. El que es liberal es liberal en cualquier parte decían. 

A Sandino le avisaron como a las tres de la mañana que habían matado a Rufo Marín, y el propio Sandino tuvo que bajar con su mula baya al campo de batalla en el Ocotal, para ponerse al frente de sus hombres que sin mando podían desbandarse.

Aquello fue de una violencia extraordinaria. Muchos años de resentimientos, de rencores, de odios de clase, estallaron repentinamente en venganzas políticas que como un látigo castigaban aquella pequeña ciudad colonial dominada por los odiados conservadores.

Quintanilla arreglándose nuevamente el sombrero, pero ahora empujándolo hacia atrás dijo:

–          Cuál es mi susto cuando a las ocho de la mañana, llegan al telégrafo dos hombres de Sandino y me entregan dos notas que debo llevar al Capitán Hatfield, pidiendo la rendición incondicional de ellos y de la guardia nacional ya que Sandino sabía que los yanquis no tenían agua y que, si no se rendían, los matarían todos y la ciudad sería arrasada en llamas. Que les dijera que habían peleado valientemente y que si se rendían les perdonarían la vida. También me entregaron una bandera blanca.

-Como Ud. sabe Clemente. Los americanos no confiaban plenamente en el telégrafo, porque lo primero que se vuelan es la comunicación-

 Hatfield aún sitiado había mantenido comunicación con Managua, ya que tenían comunicación inalámbrica.

-Los americanos a mí me conocían porque yo era telegrafista. Ellos no podían enviar a unos de sus hombres ya que los americanos lo hubieran ametrallado inmediatamente. Sin embargo, si mandaban la nota con alguien conocido en la ciudad lo dejarían acercarse, así que me tocó a mí llevar la nota. Yo iba todo nervioso con la bandera blanca y me acerqué despacio al cuartel-

-De lo que te salvaste Clemente, eso te hubiera tocado a vos como jefe del telégrafo-

Hatfield le dijo a Quintanilla:

-Dígale a Sandino que con agua o sin agua, los Marines no sabemos rendirnos y a él le dijeron que abrirían fuego nuevamente, una vez que él hubiera doblado la esquina, que mejor se apurara-

-A como pudo me las ingenié para dar el recado de Hatfield a Sandino y regresé asustado al telégrafo. Había visto de reojo la cantidad de parque y ametralladoras que tenía Hatfield en el cuartel-

Después de la breve tregua por el mensaje de Sandino a Hatfield, los combates arreciaron. Los rifles y ametralladoras gringas no paraban de disparar sobre todo lo que se movía. En efecto el fuego se hizo más intenso por ambos bandos. La defensa de los cuarteles era sostenida mientras los rebeldes lanzaron varios asaltos con resultados infructuosos. Sin embargo, la superioridad de armamento y municiones, más la férrea disciplina militar de los marines no hizo posible el triunfo de aquel ejército de Sandino, formado por campesinos, artesanos y mineros temerarios, valientes y audaces, pero mal entrenados, mal armados y poco organizados militarmente.

-Mire Clemente, le dijo a mi padre que abría los ojos y seguía con atención el relato de su amigo y colega Quintanilla-

-Muchos corrían y salían de sus casas, y como podían se saltaban las tapias y los cercos de los traspatios huyendo despavoridos de aquella balacera. Hubo algunos incendios y muchos  rogaban a los hombres que no le pegaran fuego a sus casas que era lo único que tenían-

-Todos recordábamos que hacía tan solo seis meses atrás el 9 de enero la ciudad de Chinandega había sido incendiada en una refriega entre liberales constitucionalistas y conservadores. La mortandad fue grande.

-Cientos de pobladores se dirigieron al río Dipilto que atraviesa la ciudad del Ocotal, ya que el río era más seguro ya que protegería sus vidas en caso de incendios y era más fácil salir huyendo por lo plano de su rivera que si lo hacían directamente hacia los cerros.

El fuego nutrido continuó hasta las 10:15 am cuando llegaron dos aeroplanos artillados con metralla y bombas de 17 libras.  Hatfield había colocado mantas con mensajes para que fueran vistos desde el aire por los aeroplanos, los que rodearon la ciudad, captaron los mensajes y dispararon ráfagas de ametralladoras sobre las tropas de Sandino. Después de agotar sus municiones atacando a las posiciones de los rebeldes sandinistas los aeroplanos retornaron por donde habían venido.

Quintanilla le contó a mi padre:

-Sandino no pudo tomarse en la noche ni los cuarteles de los americanos, ni de la guardia…Ahora menos que se los tomara de día-

-Además le avanzaron la mula a Sandino. Una mula baya.  Era un mal presagio, lo mejor era regresar a las montañas de las Segovias donde Sandino tenía solo ventajas.

-Yo pensé que lo mejor sería irme del Ocotal, los caitudos conservadores me iban a acusar de ser un liberal sandinista, todos vieron que yo fui el mensajero de Sandino, dijo Rigoberto Quintanilla acomodándose el sombrero ahora hacia un lado.

-Si dijo mi padre, “como vos bien sabes a mí me pasó algo parecido”, componiéndose los anteojos redondos de marcos delgados de carey.

Mi padre recordó cuando unos meses atrás también tuvo que tomar la decisión de irse del Ocotal. Tenía que tomar una decisión que sería crucial para su destino en su joven vida. Era el jefe del telégrafo del gobierno conservador. Si se quedaba y Sandino triunfaba, nadie le aseguraba su vida, por mucho que simpatizara con los liberales. Si Sandino fracasaba tendría problemas con los conservadores que lo acusarían de ser liberal y de apoyar a Sandino. Indudablemente habría una cacería de brujas en la ciudad. Lo que había pasado no era para menos. Tenía que irse.

Después supo que, a Don Ignacio Calderón, otra de las personas que habían sido sus amigos y ejemplos de honestidad y a quien él respetaba mucho, lo tenían preso acusado por los conservadores de apoyar a los liberales sandinistas. Iguales suertes corrieron otros honorables ciudadanos muy conocidos como don Paco Salcedo y Don Francisco Maradiaga, acusados de colaborar con Sandino y hasta de redactarle la nota que envió a Hatfield.

Sandino esperó inútilmente los refuerzos que llegarían de Somoto al mando del General Carlos Salgado, liberal sandinista que recibió una nota tardía de Sandino en la que le decía que tenía rodeados a los americanos, que saliera de Somoto y atacara a Ocotal.

Las fuerzas de Sandino controlaban la parte sur y sureste del Ocotal y se reagrupaban con los caballos y mulas que tenían y las que habían “recuperado” de los patios de los conservadores, cuando nuevamente fueron atacados con fuego de metralla y con bombas de fragmentación de 17 libras por cinco biplanos militares De Haviland DH-.4 artillados con dos ametralladoras calibre .30 una adelante y otra atrás con 800 cartuchos de munición.  De esta forma, los norteamericanos probaban en Nicaragua nuevas armas de combate aéreo sin miramientos sobre las bajas que se hicieran en la población civil. Era la oportunidad que el escuadrón de la Fuerza Aérea de la Infantería de Marina   había estado esperando desde su llegada a Nicaragua para realizar su primera misión de ataque aéreo. La presencia del Escuadrón de la Fuerza Aérea de los USMC en Nicaragua tenía como única razón utilizar y ensayar una nueva arma aérea en combate real en la ciudad de Ocotal, contra los soldados de Sandino.

Los cinco aviones se zambullían en picada arrojando fuego de metralla y bombas de fragmentación sobre el caso urbano de la ciudad y sus alrededores, donde los grupos de guerrilleros buscaban como resguardarse de la lluvia de balas, causando cientos de muertos y heridos entre las fuerzas rebeldes y la población civil misma.

Los hombres de Sandino salían de las casas en las que estaban atrincherados y corrían en todas direcciones, arrojando sus armas. El ataque de los cinco aeroplanos duró desde alrededor de las 14:35h, disparando ametralladoras y lanzando bombas hasta las 15:20h, cuando regresaron a Managua. Según algunos era la primera vez en la historia de todas las guerras, en cualquier parte del mundo, que un escuadrón aviones bombarderos atacaron una ciudad desde el aire en un bombardeo masivo y coordinado. Ese día 17 de Julio de 1927 fue la primera vez que un ataque aéreo era dirigido desde tierra sobre una población urbana.

Mi padre supo semanas después por informes de sus amigos telegrafistas, que en el Ocotal murieron alrededor de 300 personas por el ataque de la aviación norteamericana, la mayoría civiles que nada tenían que ver con Sandino. El Jefe Político del Ocotal Arnoldo Ramírez informó que “a lo largo del río” a más o menos una milla al sureste de la ciudad del Ocotal, encontraron “un centenar o más” de muertos. Uno de los aviones artillados había realizado un ataque sobre la población que huía despavorida a lo largo del río. Los resultados del bombardeo produjeron de 40 a 80 muertos entre las fuerzas de Sandino, y probablemente el doble número de heridos.

A pesar de que, al ataque a Ocotal por Sandino, fue un desastre desde el punto de vista militar, tuvo un gran impacto político a nivel nacional e internacional. Con este ataque Sandino inició formalmente la guerra anti intervencionista contra los americanos en Nicaragua y se convirtió en un símbolo de la lucha antimperialista en toda América Latina. Gabriela Mistral, una escritora y poetisa chilena, que luego obtendría un premio nobel de literatura llamó a Sandino General de hombres libres,” hombre heroico, héroe legítimo, como tal vez no me toque ver otro”, destacando la noble causa de su “pequeño ejército loco de voluntad de sacrificio”. Sandino también a partir de esta acción contra un poder militar superior, que poseía y utilizaba la aviación en contra de sus fuerzas, se vio obligado a cambiar su estrategia de lucha, y se convirtió en un icono transnacional de la resistencia armada ya que fue considerado como el precursor de la guerra de guerrilla a escala latinoamericana. La batalla le sirvió para cambiar de táctica: la guerra de guerrillas. Desde entonces elevó esta forma de lucha a categoría de estrategia, llegando a la convicción de que la importancia de los combates no consistía necesariamente en ganarlos, sino en librarlos.

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