El anillo de bodas

Me levanté en aquella madrugada fresca, preparándome para hacer un viaje más de supervisión a aquella obra, que yo había diseñado con tanta ilusión, que cada día tomaba más la forma muchas veces vista en toda su plenitud en mi imaginación de joven arquitecto rural. Después de todo yo pensaba que era un legado que estaba dejando para el desarrollo rural del sureste de Nicaragua y no me importaban las dificultades que obviamente representaba realizar semejante obra a cientos de Kilómetros de Managua, transportando desde arena, piedra cantera, hierro y los demás materiales de construcción que no existían en aquella región. Únicamente abundaban en esa época -en que todavía los bosques del trópico húmedo de Nicaragua eran muy extensos- eran las maderas finas y duras del trópico húmedo, el material principal seleccionado para los edificios administrativos y técnicos del proyecto.

Nueva Guinea en 1976 era la aldea o centro poblado más importante del Proyecto de Colonización “Rigoberto Cabezas” (PRICA), pero por su localización no resultaba funcional para el desarrollo de infraestructura de servicios para todos los asentamientos humanos esparcidos en el territorio del proyecto. Así que había seleccionado un área de 400 ha, (Que lujo) para desarrollar la primera etapa del proyecto del Centro Regional de Servicios del PRICA localizado a las orillas del río Plata, a unos siete km al Este de Nueva Guinea. Suficiente para los edificios proyectados y para la futura ciudad con su reserva para viviendas, comercio, calles y avenidas, plazas y todas las necesidades del futuro crecimiento de una ciudad planificada en el corazón de la selva tropical del sureste de Nicaragua, como la capital de Nueva Guinea. Era el sueño de un novel planificador en ciernes.

Personalmente con una cuadrilla de topógrafos del Instituto Agrario Nacional (IAN) había localizado el sitio para las construcciones recorriendo a pie aquel territorio. No niego que a mis escasos 24 años me sentía como un verdadero pionero explorador, con mis mapas en los que previamente había localizado el área de desarrollo, analizando la topografía, la vegetación, los ríos, los criques o riachuelos, los caminos de acceso y ahora me encontraba frente de una cuadrilla de hombres cincuentones, curtidos por el sol, acostumbrados al “monte”, que dócilmente obedecían las órdenes de un bisoño arquitecto rural. Cargaban todos sus equipos de topografía sobre sus hombros, un rifle Remington calibre 22 y municiones para cazar la” carne de monte”  un machete bien afilado para abrirse camino entre la maleza, además de llevar colgados en su cuerpo, pailas, cafeteras, jarros de metal, cucharas, lámparas de kerosene y cuanta cosa les fuera indispensable o útil para pasar varios días aislados de toda civilización humana. Era curioso verlos y oírlos caminar con todos ese ajuar, que los hacía parecer como mercachifles de feria, sonando rítmicamente por el chocar metálico de las cafeteras, los platos, las cucharas, los pocillos y todos los cachivaches que cargaban a cada paso que daban: El más pintoresco de todos de apellido Gil, tenía un aspecto como el de “tres patines” el comediante cubano, incluso cargaba un paraguas. Caminaban largas horas abriendo brechas entre la maleza, eran localizadores de caminos en la selva, verdaderos pioneros, a los que jamás nadie les ha rendido el homenaje que se merecen. Lo novedoso de este asunto es que el proyecto que desarrollaba a mis 24 años era real -tenía un valor de unos 1.5 millones de dólares- de un préstamo del BID y era la base de mi tesis de graduación como arquitecto en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), lo que no era muy usual. En lugar de llevar dibujos y maquetas de un proyecto teórico académico para una tesis, quería llevar fotografías de un gran proyecto de la vida real diseñado y dirigido por mí en su construcción. Era todo un privilegio.

Por azares del destino, hace algunos años que trabajaba como joven arquitecto a cargo de la planificación física en Departamento de Ingeniería del Instituto Agrario Nacional (IAN), diseñando escuelas, clínicas y bodegas rurales. Había desarrollado un especial interés por la planificación urbano-regional, interés que había adquirido gracias a la influencia de algunos profesores como Jill Hamberg socióloga norteamericana en la Universidad de Chile, discípula de Marcuse, y del arquitecto Urbina, mis profesores de Planificación en la Escuela de Arquitectura de la universidad de Chile en Cerrillos, de mi extraordinaria experiencia en Chile, el arquitecto boliviano Luis Ramírez y el Dr. Raúl Velasco del Perú  quienes habían llegado a Nicaragua después del terremoto que destruyó Managua, y se habían incorporado al Vice Ministerio de Planificación Urbana (VIMPUH), que surgió para la reconstrucción de la ciudad destruida. Así mismo del Arq. Guillermo Pérez de Nicaragua que recién había llegado del Perú después de realizar su posgrado en Planificación Urbana Regional del Perú me había motivado sobre la importancia social de la planificación regional. Ellos fueron mis profesores de las materias de planificación en la escuela de Arquitectura de la UNAN, luego de mi regreso de Chile, de mi intensa experiencia con el “proceso” chileno, que será motivo de otros relatos autobiográficos. Ramírez y Velasco entre otros habían asesorado el trabajo investigativo sobre el Diagnóstico Urbano Regional del Departamento de Chontales que junto con mis compañeros Octavio Molina, Nelson Brown y Lisette Zúniga habíamos realizado como tema del seminario de Arquitectura previo a la tesis de graduación.

Resulta que el Arq. Raúl Barahona mi amigo y tutor de mi tesis, trabajaba en el IAN a cargo de la planificación física y había ganado una beca de la Organización de Estados Americanos (OEA) para estudiar planificación rural regional integral en Israel. Raúl se fue a estudiar y “me heredó” su puesto técnico. Raúl a pesar de estar “quemado” políticamente por su participación en el FSLN, había sido dirigente estudiantil de la universidad y había estado preso en 1969. Había obtenido el puesto, gracias a que el Ingeniero Cristobal Rugama (Tobalín) un hombre honrado, cabal y muy capaz, que era el Director del IAN, había sido su profesor de topografía en la universidad y le tenía mucho aprecio. “Tobalín” Rugama era un excelente ingeniero, que había estado antes en el Vice Ministerio de Catastro y Recursos Naturales, institución que había cartografiado el país y realizado los estudios de suelos de Nicaragua. Ya siendo director de planificación física del Departamento de Ingeniería, yo había desarrollado bajo la tutoría de Raúl, mi tesis de graduación sobre la planificación del Centro de Desarrollo Regional del PRICA. Era un caso muy singular ya que mi proyecto de tesis se estaba convirtiendo en realidad. Con fondos internacionales se estaban construyendo las instalaciones iniciales de más de 2,500 metros cuadrados en el centro de la selva tropical del sur de Nicaragua y yo precisamente era el promotor, diseñador y supervisor de las obras. Me sentía como un Oscar Nemayer en pequeño, soñando con lo que sería la primera ciudad planificada como centro de servicios para el desarrollo rural de esa importante región campesina.

Tocó mi turno para aplicar a la beca de la OEA al curso internacional de planificación rural en Israel y México, y entre unos ocho o diez aspirantes, apliqué, hice un ensayo, fui entrevistado y finalmente seleccionado. Me había casado hace unos meses y había convencido a Alina mi esposa de la importancia de aceptar esa beca ya que me ensanchaba mi espacio profesional y era para mejorar nuestro futuro.

Tenía que hacer mis últimas misiones de supervisión de las obras en Río Plata, Nueva Guinea. Me levanté esa madrugada listo para aquel cansado pero interesante viaje a las selvas del trópico húmedo del sureste de Nicaragua, atravesando la cordillera de Amerrisque en Chontales, y luego en dirección hacia el este hasta Nueva Guinea y Río Plata. Siete horas de carreteras, la mayor parte sobre caminos de todo tiempo de macadam, con piedras lajas que parecían hachas de piedra afiladas, o cuchillas clavadas sobre el camino sobre un fondo verde y rojizo por el suelo ferroso del trópico húmedo, atravesando bosques altos con muchos árboles talados o quemados por la agricultura migratoria. En la mera frontera agrícola del país. Haría la última misión de supervisión de las obras y al retornar a Managua, me prepararía para el viaje a Israel, pasando por París donde me quedaría unos días visitando a mis amigos el Arq. Mario Barahona y Milagros Barahona hermanos de Raúl, que estudiaban en la Sorbona: urbanismo Mario y sociología Milagros.  Cosas de la vida, participé en reuniones de solidaridad con la revolución nicaragüense en Paris y bajo la guía experta y generosa de Mario y Milagros conocí en un Paris maravilloso, la universidad, el barrio bohemio, a los clochards, los museos principales como el George Pompidou, la arquitectura extraordinaria y el urbanismo a escala humana de la ciudad luz renovada por el Barón Haussmann. 

El curso fue novedoso y de una gran excelencia académica y sobre todo basado en la experiencia de la vida real de la planificación del desarrollo rural Israel, un intercambio de experiencias sobre desarrollo regional y rural muy enriquecedor, con muchos profesionales de diferentes países de América Latina, excelentes profesores israelíes y latinoamericanos. En fin, de mucho provecho.

Regresé un diciembre para vacaciones cortas de Navidad y luego viajaría por tierra a México para hacer la parte práctica en el Soconusco mexicano en el Estado de Chiapas, tierra de los Tzeltales y Tzotziles. Conocí San Cristóbal las Casas y la vida de los indígenas, que luego serían famosos por su lucha revolucionaria dirigida por el legendario Comandante Marcos. ¿Verlos con sus vestimentas coloridas llenos de cintas de colores, en cuclillas poniendo candelas rodeados de botellas de bebidas gaseosas, toda la familia junta pegadita orando en su idioma en la plaza de la iglesia, mirando al infinito a quién, a quienes?  con una fe imposible de describir, me partió el corazón tanto dolor acumulado, tanta fe y esperanza de los sin esperanza, los marginados de la tierra. Hablar con algunos de ellos fue toda una experiencia alucinante. Sabían de dolor y de la vida, pero no sabían quién era el Presidente de México.

Pero quiero regresar a mi relato sobre el anillo de bodas. Había terminado mi última misión de supervisión antes del viaje y como solía hacer, me levanté antes del amanecer, oscuro, como dicen los campesinos, a preparar mi regreso a Managua. Me bañé con una cubeta de agua fría y una pana de plástico. A toda prisa entré al baño en la casa de técnicos, me lavé las manos, recuerdo que saqué el anillo de bodas y lo puse sobre el lavamanos mientras me lavaba las manos. Regresé a Managua. Alina me tenía preparada una fiesta de despedida con mis amigos en la casa de mis padres donde vivíamos. Partí al día siguiente a Israel. Preparé las maletas. ¡Oh… conmoción cerebral!… Busqué mi anillo de bodas, por todas partes ¿Qué lo hice?. Por más que lo buscaba solo recordaba haberlo puesto sobre el lavamanos. ¿Lo dejaría en la casa de técnicos de Nueva Guinea?  No tuve el valor de arruinar la despedida con Alina contándole sobre mi imperdonable descuido. Con sentimientos de culpa, preferí callar lo de la pérdida del anillo de bodas. Era un desastre.

Aquella otra madrugada preparando maletas, quedó marcada en mi memoria para siempre. …Recién casado y ya había perdido el anillo de bodas, tan especial… yo mismo lo había diseñado, hasta planos había hecho, de oro blanco, facetado, con unas orillas doradas relucientes de oro de 14 quilates. Resulta que en mi entusiasmo y deseo de tener una boda original, decidí diseñar yo mismo y dar hacer los anillos de bodas a una joyería en Managua. A mí me gustaban y también a Alina.

Para diciembre de 1978, regresé a Managua por vacaciones de Navidad, después de pasar a mi regreso por Estambul, Atenas y Madrid, entré por Nueva York a América. El objetivo del periplo era tener una idea a vuelo de pájaro de las verdaderas raíces occidentales de nuestra cultura judeo cristiana y así comprender mejor porqué somos como somos. Como arquitecto, siempre me intrigó el origen del espacio urbanístico y arquitectónico de nuestras ciudades “coloniales” y las influencias de la arquitectura moderna que influenciaban nuestras ciudades emergentes. Nada mejor que aprovechar el lejano viaje de retorno desde Israel, para dar un vistazo a nuestros orígenes mediterráneos antiguos y modernos. Antes ya había pasado por Roma y Paris. Más tarde en el tiempo, 37 años después viajaría al sur de España con Alina, para conocer más de cerca, lo andaluz, lo morisco, lo sefardita, tan vinculado con nuestros antepasados que para bien o para mal conquistaron y colonizaron nuestras tierras. Siempre he sentido fascinación por saber más de nuestro pasado colonial, he sentido que en la colonia se encuentran muchas de las claves históricas de nuestra trágica realidad presente y que, si no las desciframos, tampoco podremos superarlas. Después de todo los nicas somos los andaluces de Centroamérica, mucho de nuestro comportamiento político tiene sus raíces en ese pasado cultural negado o desconocido. A pesar del interesante viaje por el mediterráneo, no dejaba de pensar el anillo de bodas, indudablemente mi esposa notaría que no lo llevaba en el dedo anular.

Cansado del viaje transoceánico, me levanté tarde en la mañana del día siguiente de mi regreso a Nicaragua. Al oír un alboroto en mi casa, me levanté y me quedé en el pasillo que conecta con los dormitorios y el comedor de la casa de mis padres donde vivíamos con Alina antes de mi viaje de estudios y que siguió siendo la casa de habitación de Alina mientras estuve fuera. Se trataba de un simpático señor fontanero de mediana edad, un poco bajo y regordete que entraba haciendo bulla como Pedro por su casa, quien había sido llamado por mi madre para reparar un inodoro que filtraba. Se acercó con su caja metálica de llena de herramientas y cachivaches. Sin decir nada, sorpresivamente arrojó todo el contenido de la caja en el piso de cemento, de allí salieron llaves de paso, grifos, tuercas, arandelas, trozos de tubos, empaques de hule y toda clase de repuestos para griferías e inodoros. Sorprendido del desparpajo aquel vi que en varias direcciones corrían las piezas y repuestos que caían rodando acompañadas de un singular sonido como cuando se caen las cucharas y los cuchillos de la cocina.

No sé por qué me llamó la atención en particular una pieza como tuerca que rodaba girando hasta detenerse a mis pies, después de dar muchas vueltas sobre sí misma. Cuando se detuvo por fin, la vi con mayor detenimiento, brillaba más que las otras piezas y tenía como un ribete dorado en las orillas… Sorpresa!No podía creer lo que veían mis ojos. No puede ser, esto era imposible. La tomé entre mis dedos, la levanté y la coloqué frente a mis ojos, como para ver a través de él. Allí estaba claro. Era mi anillo de bodas. En su interior tenía grabado lo siguiente: Alina 22 de diciembre de 1976. Estaba resuelto el misterio del anillo de bodas. ¿Era una mala pasada de mi memoria? ¿Lo había dejado sobre el lavamanos en mi casa y no en la casa de técnicos? Seguramente el fontanero había estado en mi casa el día que viajé a Nueva Guinea, para reparar el inodoro y lo había tomado confundiéndolo, por su aspecto con alguna tuerca. Pero eso no es lo fantástico. Cuántas veces había vaciado su caja de herramientas en cada casa a la que llegaba a reparar inodoros, repitiendo el ritual de tirar las herramientas y vuelta a recogerla. Porqué llegó a mi casa justo cuando yo me acababa de levantar de la cama y estaba presente en aquel pasillo, después de haber volado miles de kilómetros desde el otro lado del mundo solo para que el anillo de bodas llegara a mis pies. ¿Por qué me fijé en aquella tuerca que rodó hasta quedar cerca de mí? El anillo de bodas se había ido y regresado a mí de forma misteriosa, inexplicable. Desde entonces ya no lo anduve en mi dedo anular, se lo di a mi esposa para que lo guardara como una reliquia verdadero símbolo de nuestra unión. Dicen que cuando un anillo de bodas se pierde y el amor es verdadero, siempre regresa a su dueño. Existía una conexión especial con aquel anillo de bodas. ¿Los objetos cercanos interactúan a nivel atómico con nosotros, existe lo que llaman el entrelazamiento cuántico?

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