La revolución liberal
La independencia de Centroamérica en 1821 había causado terribles conflictos en la región por las enconadas luchas por el poder, entre las dos facciones ideológicas contrarias, legitimistas y democráticos, timbucos y calandracas a o sean los conservadores y los liberales. Este pleito por intereses económicos y políticos que se expresaba como diferencias ideológicas, venía desde Europa, lo habían traído los españoles desde mucho tiempo atrás. En Nicaragua estas contradicciones se expresaban políticamente en las rivalidades entre las ciudades coloniales más importantes del país: León y Granada. En el fondo todas estas luchas giraban en torno al control y posesión de la tierra, entre los grupos criollos dominantes y de dos concepciones del mundo sobre el ejercicio del poder.
El acceso al poder por los conservadores permitiría la promulgación de leyes agrarias que favorecían a los grandes terratenientes. El cultivo del café favorecía a la oligarquía granadina ya que eran cultivadores de café, Hubo mejoras en el transporte y el rubro económico más importante fue el café. Los conservadores acusaban a los liberales de causar el “desorden social” causado por la doctrina liberal establecida después de la independencia. El grupo que controlaba el poder, controlaba las leyes y la tierra. La democracia, la religión católica, el nacionalismo, los indígenas y los campesinos eran utilizados por los grupos de criollos dominantes en sus luchas por el poder.
Los liberales además eran partidarios del federalismo centro americanista, del progreso y del cambio social. Por el contrario los conservadores propugnaban por el mantenimiento de las tradiciones y el orden social establecido. Eran nacionalistas, centralistas y reaccionarios ante el cambio social en el que veían amenazados sus intereses individualistas.
En tan solo las cuatro primeras décadas desde la independencia, Nicaragua había tenido siete guerras civiles y una guerra nacional, que se libró contra la invasión del norteamericano expansionista y esclavista del sur William Walker que tuvo la gracia de lograr por primera vez la unidad nacional entre los liberales y conservadores para expulsar al yanqui invasor. Parece que solamente cuando está en peligro la sobrevivencia de aquello que llamamos patria, se da una tregua entre los grupos contendientes por el poder.
En 1909, la política del presidente de los Estados Unidos William H. Taft, se caracterizaba por la pretensión declarada de desplazar de la región centroamericana y caribeña la presencia de potencias europeas como Gran Bretaña, Alemania, Holanda Francia e Italia, que habían sido, hasta entonces los países que habitualmente habían provisto de préstamos a las repúblicas de Centroamérica, a las cuales Estados Unidos estimaba como su Mediterráneo o su traspatio. Sabemos que el perfecto pretexto de Philander Knox, Secretario de Estado estadounidense, para declararle la guerra al Zelayismo fue el fusilamiento de los estadounidenses Cannon y Grose. Sin embargo Zelaya, liberal educado en Francia, ya se había convertido en una amenaza para los intereses hegemónicos de los EEUU, por su pretensión de fortalecer su relación comercial con Europa y su insistencia en exportar la revolución liberal al resto de Centroamérica.
En diciembre de 1909, Knox escribió la insolente nota que lleva su nombre y que obligó a a Zelaya a renunciar al gobierno y largarse al exilio, quedando en su lugar el liberal Dr. José Madriz, quien resistió y combatió a los rebeldes conservadores hasta que finalmente con el apoyo de los americanos a los conservadores, fue derrotado en 1910. Benjamín Zeledón había participado apoyando a Madriz en la guerra civil que se desencadenó después de la caída de Zelaya. Estados Unidos no sólo se había opuesto a Zelaya como individuo, sino al sistema que él encabezaba y profería que no se aprobaría el resurgimiento del Zelayismo de ninguna forma.
Los conflictos y la inestabilidad política no culminaron con la caída de Zelaya. Había líderes liberales revolucionarios nacionalistas, como el político, militar e intelectual, el joven y aguerrido Benjamín Zeledón, que lucharían hasta el final en contra de los conservadores y la imposición norteamericana. En 1907 los conflictos entre liberales y conservadores adquirieron mayor relieve dada la enemistad entre el gobierno de Honduras que acusaba a Zelaya de exportar la revolución, apoyando con armas a los exiliados hondureños que intentaban derrocar al presidente conservador General Manuel Bonilla.
Las tensiones entre Honduras y Nicaragua, no solo eran por diferencias ideológicas ente liberales y conservadores, sino que eran ocasionadas por la disputa sobre los límites de la frontera entre ambos países. Honduras reclamaba la mayor parte del territorio de la Moskitia estableciendo los límites terrestres en el curso del rio Coco, pretensión que era rechazada por el gobierno de Nicaragua. La zona fronteriza era un hervidero de movimientos armados de liberales hondureños apoyados por liberales nicaragüenses y de conservadores nicaragüenses apoyados por conservadores hondureños.
En ese ambiente de conflictos, se produjeron incursiones militares tanto de Honduras como de Nicaragua, en persecución o en apoyo de rebeldes liberales o conservadores. En una de esas incursiones el ejército hondureño en persecución de unos rebeldes penetró en territorio nicaragüense e incendió el puesto fronterizo “Los Calpules” cercano del ahora llamado El Guasaule, posteriormente atacaron el poblado de Tapacales en Nueva Segovia, a orillas del rio del mismo nombre, en el sitio que posteriormente se llamaría El Espino, departamento de Madriz, y se convertiría en un puesto aduanero en la frontera con Honduras. En esta ocasión el ejército de Honduras estaba comandado por Emiliano Chamorro Vargas caudillo conservador nicaragüense que se había aliado con el gobierno de Honduras contra la revolución de Zelaya.
Tropas liberales de Nueva Segovia fueron enviadas a Chinandega para combatir a las fuerzas hondureñas. En ese mismo año de 1907 rebeldes hondureños con el apoyo de nicaragüenses invadieron San Marcos de Colón y se lo tomaron, proclamaron una Junta de gobierno al mando del General Terencio Sierra, pero fueron derrotados por el general José María Valladares y el Coronel Tiburcio Carías.
Debido a las continuas incursiones y conflictos provocados por el ejército de Honduras, el presidente José Santos Zelaya declaró la guerra a Honduras un primero de marzo de 1907, siendo presidente de Honduras Manuel Bonilla, quien pide apoyo a El Salvador para contener al ejército de Nicaragua y el presidente de El Salvador Fernando Figueroa atendiendo la solicitud de apoyo de Honduras, envió cinco mil soldados al mando del general José Dolores Preza. Del lado hondureño combatieron las tropas salvadoreñas, las tropas del ejército de Honduras reforzadas con miles de exiliados nicaragüenses que estaban en contra de la revolución liberal. Del lado de Nicaragua combatieron miles de exiliados hondureños que adversaban al gobierno conservador de Honduras apoyados por el ejército liberal de Zelaya.
- Aquello fue una terrible y sangrienta batalla sin cuartel, ni me quiero acordar-
dijo el General José Antolín Talavera, mientras tomaba la aromática tasa de café caliente que le había servido su querida Goya, su esposa de tantos años, que a fuerza de repeticiones ya se sabía bien el cuento de la batalla de Namasigue en la que había participado su esposo el general Talavera, que ya para ese entonces tenía unos 70 años.
Le contó a su esposa Gregoria Estrada las incidencias de aquella terrible batalla. Lo mismo hacía con todas las visitas que recibía en su casa en Condega ya retirado de la vida política y militar. Contaba como el presidente Zelaya había designado al jefe del ejército expedicionario nicaragüense, al general Aurelio Estrada Morales, quien había ordenado la inmediata concentración de más de mil soldados en los altos que rodean el valle de Namasigüe, así como la disposición de sus tropas en tres columnas bien equipadas, una al mando del coronel Benjamín Francisco Zeledón Rodríguez.
Contaba que al filo de la madrugada del día lunes 18 de marzo de 1907, el general nicaragüense Estrada dio la orden de fuego hacia las posiciones aliadas de hondureños y salvadoreños, que desde que se iniciaron los combates reportaron numerosas bajas en sus filas.
-Esa fue la batalla más grande en al que me tocó participar. Las campañas anteriores se quedaron chiquitas comparadas con esta batalla. Estábamos bien apertrechados. Teníamos cañones Krupp y de montaña de 42 mm. Esos cañones son de puro acero, son los mismos que usan los ejércitos de Rusia y del Imperio Otomano- decía.
-Disponíamos de la mejor artillería de la región, mi general Zelaya tenía el mejor ejército de Centroamérica. Nuestra artillería era de 37 mm, los obuses de 7,5 mm, teníamos muchos cañones Skoda, y la infantería estaba equipada con los mejores rifles Remington, Maxim, Máuser, ametralladoras Maxim. La Máxim disparaba más de 600 tiros por minuto. Lo que alcanzaba lo desbarataba. Había que oír aquellas máquinas infernales volando tiros sobre las posiciones enemigas-
-Esa ametralladora hizo que con menos soldados les hiciéramos tantas bajas al enemigo-
Recordaba que cuando las ametralladoras empezaron a tronar acompañadas de la cadencia rítmica del fuego de la artillería pesada y el incesante disparar de la fusilería de la infantería, rápidamente las fuerzas nicaragüenses empezaron a doblegar a las fuerzas aliadas de El Salvador y Honduras que comenzaron a rendirse por montones, otros a luchar con machete y los heridos a ser evacuados.
Por fin el día sábado 23 de marzo de 1907 en horas de la tarde la sangrienta batalla de Namasigüe había terminado con el triunfo de los nicaragüenses.
-Nosotros solo tuvimos 85 bajas y como 250 heridos, ellos tuvieron más de 1,000 bajas y miles de heridos.
Comentó en voz baja el general, que ya se había tomado otra taza de café con rosquillas de Somoto que tanto le gustaban y que le había mandado su hijo Antolín recientemente.
Se entrelazó las manos y se quedó en silencio un momento, como pensativo. Habrá valido la pena todo eso, tantos muertos, tanta sangre, tanta violencia. Todo por defender las ideas políticas y el poder de unas cuantas familias.
Él, como toda su familia siempre habían sido buenos cristianos y no miraba con buenos ojos aquellos conflictos con la iglesia católica en la que se había formado. Pero también era liberal progresista y quería que Nicaragua progresara y no se quedara estancada, por eso apoyaba de corazón al general Zelaya, aunque él se había iniciado en la milicia en un gobierno conservador.
Solo se acordaba de las historias de luchas políticas y de guerras que le contaban sus padres. Ya eran varias las generaciones de los Talavera involucrados en esos conflictos que no quedaban en nada más que en pobreza y desolación.
Su madre Rosalía Fuentes Talavera esposa de Pedro Martir Talavera y también su prima, contaba que su padre o sea su bisabuelo Pantaléon Fuentes, había viajado hasta Guatemala en asuntos de gobierno, mucho antes de la independencia. Cada vez que su madre contaba sobre sus antepasados, no podía menos que reírse, su esposo se llamaba Pedro Mártir y su abuelo paterno se gastaba un nombrecito inolvidable: Melchor Gaspar Baltazar de los Tres Reyes Fuentes.
Al igual que él casi todos los Talavera habían sido políticos y militares, también sus abuelos y bisabuelos y tatarabuelos.
La familia Talavera, una de las familias más antiguas de Nicaragua se remontaba a los inicios de la colonia española, en León viejo. El primer Talavera registrado en la historia, fue Don Juan de Talavera, Alcalde ordinario de León en 1536. Los Talavera eran una familia de funcionarios públicos, políticos, militares y comerciantes y se habían asentado en el sur y en el norte del país, en Rivas y Nandaime en el Sur y en Condega y Somoto en Las Segovias. De una de estas ramas descendía El General José Antolín Talavera Fuentes, nacido en la Finca “Campos Elíseos” Municipio de Condega, Departamento de Estelí, en el año 1837. Hijo de Pedro Mártir Talavera de Condega y de Rosalía Fuentes, originaria de Murcia, España con familia en El Salvador. Pedro Mártir Talavera fue un ganadero acomodado.
Por los vínculos familiares de su madre con El Salvador el joven Antolin Talavera Fuentes, viajó hacia ese país y en uno de sus viajes, en Choluteca Honduras conoció a la que sería su esposa Gregoria Estrada, y luego de su casamiento en esa ciudad se trasladó a vivir a Condega. En Condega completó sus estudios primarios con el bachiller Seferino González y se hizo cargo de la Escuela de Varones, por su inteligencia natural, su preparación básica y sus dotes personales de liderazgo y su trato afable con todos, pronto fue el director de las autoridades locales de ese tiempo. Estando en esa posición fue llamado a servir en el ejército, en el que se distinguió por su notable actuación.
En 1872 a los 35 años fue ascendido a Capitán Efectivo del Ejército de Nicaragua, bajo el gobierno conservador de don Vicente Quadra y llegó a ser General del Ejército Liberal de José Santos Zelaya. En 1896 a la edad de 59 años era segundo jefe de las fuerzas somotecas que operaron en Chinandega luchando contra una de las varias rebeliones que se levantaron contra Zelaya. En este periodo tuvo que enfrentar a su propio hijo Julio Erasmo Talavera que era uno de los alzados en armas.
El joven coronel Julio Erasmo, se tomaba en serio su lucha liberal progresista por la democracia, como me diría después ya siendo un anciano.
-Es que yo nunca podré apoyar dictaduras- dijo a propósito de un artículo que escribió a principios de los años sesentas en el diario La Prensa con marcado acento anti somocista.
El Tío Erasmo como le llamábamos, era una verdadera leyenda por su actuación desde muy joven en la política. Visitaba ocasionalmente al abuelo Antolín y solía contarnos parte de sus historias de la guerra en la que le tocó participar. Su pasaje favorito era cuando en sus correrías como rebelde fue capturado por un general del ejército de Zelaya, muy amigo de su padre el General Talavera. Nos contaba cómo se le vino el mundo encima al darse cuenta en el lío en que por sus ideales había metido a su padre y al general amigo de su padre, que le había capturado. Su preocupación, no era tanto lo que le podía ocurrir a él, total estaba comprometido con su lucha y sabía que podía morir en combate en cualquier momento. Su gran problema era que había sido capturado en combate y eso significaba, que o bien iba a ser fusilado sumariamente, con lo que eso significaba para su papá, o bien era entregado a su padre para que decidiera que hacer con él, sabiendo que su padre, militar de honor se vería obligado a aceptar que lo fusilaran, lo que provocaría un enorme dolor a él y a toda la familia. No tenía más opción que fugarse o bien morir en el intento.
Mientras marchaba custodiado por sus captores en una zona escarpada, pidió permiso a su custodia, para orinar y aprovechó un mínimo descuido para tirarse guindo abajo rodando entre los árboles y huir con raspones y golpes, pero sano y salvo al fin. Luego vendría una de las tantas amnistías que ya eran parte del folclore político de la época, guerra civil, rebelión, amnistías, otra vez guerra civil, rebeliones y amnistías. Esto le permitió reconciliarse con su padre el General Talavera y dedicarse a su oficio de ebanista en su natal Condega donde vivió hasta los 104 años, habiendo fundado una gran familia, muchos de ellos políticos liberales destacados.
El Tío Erasmo, recordaba con mucho afecto a un joven compañero de armas llamado Francisco, “Pancho Reyes”, con el que habían jurado que el que muriese primero, se comprometía a avisar al otro sobre la existencia de la vida después de la muerte.
En una ocasión ya pasada la última guerra, el Tío Erasmo dormía profundamente en la finca de la familia, sobre un tapesco de aporrear frijoles y de repente, sintió una gran sacudida que le despertó abruptamente. No supo por qué, pero inmediatamente pensó en su amigo Pancho Reyes y le entró un miedo tremendo al grado de temblar. Respiró profundamente y ya calmado pensó que seguramente era uno de los cerdos que se rascaba en uno de los postes del tapesco, miró hacia abajo y alrededor del tapesco y no vio a ningún cerdo ni nada parecido y entonces dijo en voz alta como darse valor:
-Pancho, si sos vos, volvé a sacudir el tapesco-
Cuál sería su susto cuando el tapesco empezó a moverse otra vez. Preguntó lo mismo por segunda vez y nuevamente que se sacude el tapesco.
-No tengo duda que Pancho Reyes cumplió conmigo y me avisó que hay vida después de la muerte- dijo sonriendo el tío Erasmo.
El bisabuelo Antolín de filiación política progresista (liberal), tuvo un activa vida militar y política prácticamente hasta su muerte a la edad de 80 años en Condega en 1917. ocupó varios cargos importantes. Fue juez militar y administrador de rentas en Nueva Segovia, juez local y de distrito de nueva Segovia y senador de la República por este departamento, comandante militar de Nueva Segovia y Matagalpa, fue administrador de rentas de Matagalpa y también de Somoto. José Antolín, no quiso la vida de finquero y por su interés en la milicia, aprendió la profesión de pirotécnico, o sea el arte del manejo de la pólvora con fines civiles y militares.